Thursday, April 19, 2007

Adiós Caramelo

Desde niña adoro los animales, pero particularmente a los perros. Nunca he sentido temor de acercame a un perro ni asco de tocarlos o dejarme lamer por ellos. Para mi es incomprensible como ciertas personas demuestran temor o incluso repulsión al verlos. En mi caso es todo lo contrario; los perros me producen una gran ternura, para mi son la imagen de la inocencia, la fidelidad, y de alguna forma exclusivamente perruna, del amor incondicional.

Cuando tenía 11 años los ruegos mios y de mi hermana al fin surtieron efecto en mi mama, y acepto comprar un perrito al que llamamos Caramelo. El y yo nos hicimos amigos de inmediato: cuando llegaba del colegio corría a buscarlo para jugar e incluso le contaba mis cosas como si pudiese entenderme. Pronto se convirtió en mi mejor amigo, el entendía cuando yo estaba triste o contenta, y su amistad me ayudo durante esos duros momentos en los que nos toca dejar nuestra niñez y entrar en la adolescencia.

Lamentablemente yo como niña no conocía de los cuidados básicos que un perro debe recibir, y mis papas como adultos tampoco lo sabían. Así, el pobre Caramelo no pasó por un proceso correcto de adiestramiento, desarrolló un comportamiento de perro malcriado y se convirtió poco a poco en el típico perro confinado al patio, que jamás tendrá acceso a aquello que ellos más necesitan: compartir con su manada.

Poco a poco, a medida que yo crecía, me fui alejando de el, aunque el siempre parecía recordar nuestro vinculo especial. Era a mi cama a donde corria a esconderse cuando lograba escabullirse dentro de la casa, era a mi a quien pedia ayuda cuando mi mama lo correteaba para "corregirlo".

Al crecer, me dí cuenta de que yo había intentado olvidar nuestra amistad, para evitar sufrir cuando el se fuese finalmente, cuando el muriese. Pero esto no evito mi dolor cuado mi mamá terminó regalandolo en el ocaso de su vida sin avisarme siquiera. No pude despedirme nunca de el y demostrarle cuanto me arrepentía de no haber hecho nada para mejorar su calidad de vida.

El recuerdo de Caramelo siempre estará conmigo. Nunca olvidaré la gran lección que su paso por mi vida me dejo. Al aceptar una mascota en casa uno adquiere una enorme responsabilidad que no se puede ignorar. Siempre tendemos a pensar que una mascota "es solo un animal", pero todo el amor que un "animal" entrega a sus dueños no tiene precio, ni merece ser rechazado por temor o ignorancia. Estoy segura que los errores que cometimos todos en la crianza de Caramelo, jamás los volveré a cometer con otras mascotas que pasen por mi vida.

1 comment:

vrzelda said...

:(

Tener mascostas es muy complicado, a veces pienso si la vespa realmente me ama, esta tan acostumbrada a mi, y yo a ella, a veces la escucho maullar y dice claramente "mama".
Recuerdo mucho a Caramelo y cuanto lo queria, lamento haberlo abandonado, asi como el perro de bartok siento que no vivio la vida hermosa que merece una mascota con la que haces un compromiso el dia en que decides hacerte cargo de el, DEBES hacerte cargo de el. En mi caso recuerdo las limpiadas de mierda, los baños y las sacadas de garrapata. Si,. miro atras y se que hice lo que mas podia siendo una niña. Aun asi, pude haber hecho mas.